Análisis, Literatura

Los versos de Yermao: (ensayo) Remembranza de una voz sepultada en el olvido (3).

Por: Fernando Hiciano

Continuamos con el estudio analítico de Los versos de Yermao, de la autoría del Dr Miguelángel Durán.

El autor conoce los acontecimientos que marcaron la vida de los primitivos, sin embargo, aunque se vale de algunos hechos históricos no quiere contar una historia que está impresa en los libros de textos. Historia contada a favor de Europa, violentando la autenticidad de los acontecimientos.

Es el caso de La Batalla Sagrada de Yermao o Batalla del Santo Divino Cerro del Xibao cuando el autor empieza a tomar partida como el narrador omnisciente, pero se ve tan marcado por la injusticia que rompe los moldes de la novela. Entonces se escucha la voz personal de Durán metida en la novela. Todos sabemos, quien escribe, se escribe. Miguelángel trata de ser lo más próximo con ese hecho que lo hiere, y aunque se va hincando por la maleza en el camino, va notificando los detalles con una visión mejor pormenorizado, muy personalizada, pero mirando todo el escenario desde arriba, y en otras ocasiones desde dentro. ‘‘En medio de toda esta contienda, Caonabó, en contubernio con el rey de Higüey, cacique Cayacoa, trasladaron la esfinge de la Santísima Virgen de Yermao llevándola al cerro más sagrado del Xibao, lo que hoy es el Santo Cerro, desde cuya altura se aprecia, en su totalidad, el valle más hermoso y sagrado de Las Américas: el valle del Xibao.’’ Es curioso como el hombre, sin importar la barrera del tiempo y la distancia, siempre busca la esencia en los pináculos de las montañas para conectarse con la divinidad. En el antiguo y nuevo Testamento, los profetas para hablar con Dios visitaron el Monte Horeb, y luego, el mismo Jesús oraba en el Monte de los Olivos, entre otras elevaciones para entrar en comunicación con el Padre, pero lo cierto es, aunque los océanos están separados por miles de distancia y en épocas remotas sucedía lo mismo respectivamente con los nativos de Quisqueya. El Santo Cerro ha sido lugar de oración más visitado de América. Son incontables los devotos de distintos países que vienen en procesión a buscar o dar gracias por los favores a la Virgen de Las Mercedes (según la tradición católica es la virgen que rompe las cadenas y libera a los cautivos) Y es allí, donde doctor Miguelángel se instala, llevando al lector a la interrelación con Yermao, la virgen de los aborígenes. En este episodio, mal intencionado y manoseado por quienes contaron aquella historia a su manera, nosotros nos preguntamos: ¿Se atrevería la Virgen de Las Mercedes estar del lado del malvado que hostigaban a los aborígenes, asediándolos a fuerza de fuego y sangre, mientras los oprimidos solo ofrecían su lomo para recibir la tundra del látigo o el corte de la bayeta en su cuerpo inerme? Como si la madre de Dios estuviera del lado del opresor y no del cautivo.


El Santo Cerro es considerado tierra santa. Está ubicada en La Vega Vieja, siendo el lugar escogido por Cristóbal Colón para construir uno de los primeros asentamientos, afianzando la presencia de los españoles de la isla española. El almirante se interesó en el lugar tras comprobar en estos predios, el río Verde donde encontraron oro.


El novelista transformado en poeta acude al verso para endiosar la figura de Caonabó, quien fuera hasta la muerte el esposo de la reina Anacaona. El aguerrido líder de los tainos, muestra ser una persona resuelta, intrépido y sumamente valiente. Es el guerrero de todos los tiempos, el que se atrevió a lanzar la primera flecha contra los invasores y atacó el Fuerte de la Navidad. El poeta para idealizar esa figura hidalga y prosopopéyica se refugia del verso para ahondar más a la sensibilidad del lector, el cual, es allí donde introduce el advenimiento de esta figura mágica religiosa. El poeta se convierte en oráculo de lo que ha de venir: ‘’Caohacaturiax ven aquí/ tiras tus oídos en mi báculo/ Espera la prima sombra de la noche/ Y vuélvete porque el sur será tu levante. Más adelante sigue diciendo: ‘’Pon una venda en tus ojos, no así en tu corazón,’’ queriendo decir, prepárate porque lo que vendrá a nuestras tierras será algo extraordinario. Algo que preparan los dioses para la llegada de Cristóforo Colón, la cual hacía mucho tiempo antes se habían hecho las premoniciones del hombre de los mares, coincidiendo con el pecado de la envidia que guardaba Guacanagarix en contra de su hermano Caonabó, y que favorecieron los vientos colonizadores para que toda Europa, primordialmente España donde se volcará todas sus ambiciones de riqueza sobre el pueblo de Boío. Proceso histórico marcado por el ansia del oro, los crímenes contra los nativos: ‘’la lascivia, la voluptuosidad, la concupiscencia,’’ como lo expresara el autor de la novela Los Versos de Yermao. Luego de la llegada del segundo viaje de Cristóforo Colón a Quisqueya, levantó la ciudad de La Isabela, donde eran abundantes las lagunas, llena de peses, buenas piedras para la cantería y material de buena calidad para construir un buen cobijo: ‘’…El primer paso es la edificación de los abastecimientos para el resguardo de las municiones de la armada y una iglesia que bendiga nuestra artillería.’’ El pensamiento del hombre europeo de entonces, consideraban que libraban una guerra santa contra los tainos. ‘’Matar no era un pecado.’’ Además, los colonizadores guardaban la creencia de que los nativos era una especie de una raza inferior o de lechones con cara de hombre. Es por ello, que el protagonista le dice a Tatchin (ese distraído que no se involucra de lo que está sucediendo en su tierra): ‘’…con toda esa armada, se podía ganar cualquier guerra mundial del momento. Nunca entendí el ofrecimiento: una docena de sacerdotes que recordaban los doce apósteles y un arsenal militar con todo tipo de armamento para matar que recordaban el Apocalipsis de San Juan.’’ Sin duda, que la voz personal del autor se deja sentir con ese grito, clamando a la sensibilidad del lector.

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