Por: Gerson Adrián Cordero
Este artículo es arriesgado, y digo (Arriesgado) porque mis conocidos en el ambiente literario saben muy bien, que el único género que no me atrevo a dar opiniones ni desarrollar en artículos, es la poesía. Siempre he dicho que la poesía es uno de los géneros más difícil de analizar, porque cada lector finalmente tendrá sus propias consideraciones y en base a eso, muchas veces la opinión que pueda tener de un poema o un poemario puede producir opiniones compartidas o contrapuestas. Por ejemplo: algunos dicen que fulano es un gran Poeta, cuando no lo es, si tomamos en cuenta la estructura de la poesía, o que fulanito es mal Poeta, cuando en realidad es todo lo contrario; pero es como les dije: en la literatura cada quien tendrá su opinión sobre un trabajo, y puede que esté en lo cierto o no. Aunque considero que para dar opiniones sobre una obra hay que ser más crítico y no solo ver, que fue Fulanito quien la escribió, lo cual es una práctica muy común en el país. Ejercer la crítica va más allá de las opiniones propias.
Creo que muchos conocen la siguiente frase: “La mejor poesía dominicana, es aquella de la que nadie habla”, porque todos sabemos, cómo se desarrolla el ambiente literario en el país, especialmente haciendo hincapiés en unos de los géneros más desarrollados «La poesía». Me arriesgo a decir lo siguiente (y aclaro: no es una estadística confirmada, sino un comentario propio): que de 10 libros que se publican al año en República Dominicana, 6 son poemarios. De ahí nace la famosa frase dominicana que dice: “En República Dominicana todos se creen poetas” y quizás por ello, me he dispuesto solamente a leer los poemarios nacionales que pueda conseguir (sean buenos o malos) y no comentarlos.
Quizás ustedes dirían que no es profesional lo que hago con la poesía: la de solamente leer los poemarios y no dedicarle unas páginas, como lo hago con otros géneros como la novela, el cuento, el teatro, etcétera; muchas veces debemos, no solo pensar en la obra, sino en el autor y tomar en cuenta que lamentablemente, aún estamos ahogados en el complejo: «de que sino me ensalza lo que escribo, te quiero lejos de mí» Como no soy un gran conocedor de la poesía, sino un simple lector, o talvez tengo miedo de alejar unas personas que son valiosas en otros aspectos, me trago mis consideraciones sobre sus poemarios y dejo que el tiempo y la práctica lo vayan desarrollando. Aunque debo confesar que no siempre es así, pocas veces, y repito: (pocas veces) he dado mi opinión sobre algún poemario inédito, pero siempre procurando que mis ideas no transformen lo ya escrito, porque soy de las personas que piensan que si un escritor puso un verso de X manera, es porque finalmente así lo quiere, ¡y como la poesía es tan compleja! Hay que tener cuidado que una corrección que uno haga, sea de la forma que el autor quiera y no como uno la quiere, (que son dos cosas distintas).
Ahora bien, se puede dar el caso de que la persona no tenga un gran dominio de lo que escribe. En ese caso, mi consideraciones siempre irán afincadas en la parte estructural y lingüística del trabajo, por ejemplo: lo estético, ortográfico, semántico, la técnica, sintaxis, etcétera, cuidando siempre que no se pierda la esencia del trabajo original.
Para no hacer largo este artículo. Ya saben el porqué es un poco arriesgado, para mí, hablar del poemario que aquí, más abajo menciono, tomando en cuenta mi punto de vista sobre el tema poesía.
El 24 de mayo de este mismo año, fui a visitar a un amigo, junto a mi esposa, al Palacio Consistorial de la provincia de Santiago de los Caballeros, fue al conocido escritor santiaguero don Andrés Acevedo, duramos unas dos horas hablando de pintura, historia, de la arquitectura del Palacio Consistorial y por supuesto: de literatura. Al final de la charla y ya listos para irnos, Acevedo se dirigió a buscar unas obras, ya entregadas a mi persona, pude ver los títulos y autores: entre estas obras, solo habían dos que no había leído (Olores del aula/ novela/ autor: Ramón Peralta y No canta el gallo/ poemario/ de la autoría de Baldomero Blanco) como ya sabrán lo escrito en este artículo, finalmente era para llevarlos al poemario que aquí menciono.
Desde hace unos días vengo hablando y publicando en mi cuenta de facebook algunos de los poemas de este libro, que para mí son creaciones poéticas de mucho valor, plagadas de hermosos versos que llevan a uno a olvidarse de lo físico y formar parte de las creaciones, a tal punto, que se puede sentir la esencia de lo que cada poema busca despertar en el lector, de eso que quiere contar, dejar sentir y ver. No pretendo hacer un análisis profundo sobre dicho poemario, sino todo lo contrario; como ya saben, por lo explicado anteriormente, no lo haré. Lo único que busco es hacer uso de la famosa frase que tanto utilizo: “La mejor poesía dominicana, es aquella de la que nadie habla”, tomándose, por supuesto de ejemplo, este poemario (No canta el gallo/ publicado por Editora Sociedarte) de no mayor de 110 páginas dividido en 4 partes:
• Tateh Lehbib
• Deshacerme del cemí
• Vuelas
• No canta el gallo
Es una obra de mucho valor, y no lo digo por mis preferencias, sino tomando en cuenta la estructura de cada una de sus creaciones, unas, por supuesto, con mayor calidad que otras. Este poemario es de mucha calidad, pero lamentablemente es un poemario y un poeta de esos que nadie menciona, quizás porque no es miembro de unos de estos grupos literarios, culturales o políticos que dirigen todo en el país y que se dedican a ensalzar, entre ellos, hasta la peor comida que cocinan.
Como este poeta dominicano, hay muchos, de gran profundidad literaria, pero repito: Nadie habla de ellos ni de sus obras, aunque finalmente, como dijo el escritor y periodista español (Manuel del Arco) “Lo difícil no es escribir, lo verdaderamente difícil es que te lean”. Espero que en un futuro no muy lejano, en República Dominicana se valore la buena literatura y que por fin salgan de la sombra, tantos escritores de valor, que publican libros y pasan desapercibidos porque no reúnen (muchas veces) los recursos para poner una puesta en circulación donde vayan los dueños de la literatura dominicana, ¡y quién sabe si hasta el mismísimo Papa!