Por: Enmanuel Peralta
“El silencio es siempre hermoso, y una persona silenciosa siempre es más hermosa que una que habla mucho”.
Fiodor Dostoievski
Una introspección sobre el proceso creativo, me llevan a la conclusión de que, las opiniones, las especulaciones y los comentarios sin fin, más aún, peor los chismes populares y los falsos testimonios generan en el alma humana un detenimiento, o un estancamiento, mejor decir; además el alma enferma gravemente de parálisis. A las sociedades en decadencia se les conoce por la cantidad de ruidos interminables que generan en su entorno y el arte que produce contribuye al desasosiego y la alteración del estrés colectivo; los chismes, las imprudencias y la gran cantidad de metidas de patas son características propias de los individuos que componen tales sociedades. En las cárceles, por ejemplo, hay más gente presa por “metidas de patas” que por crímenes conscientes.
Fruto de las vidas neuróticas que emergen desde el seno del bullicio vemos frecuentemente peleas virales, contiendas vecinales, envidias en la alta y baja esfera de la economía social, empecinamiento mental, argumentos obtusos, enemistades de todo tipo, generalmente por tonterías. Y sobre todo cizañas, en todos los estratos sociales, en las instituciones gubernamentales, en las empresas, partidos políticos e incluso en dentro de los círculos eclesiásticos. Este escrito es una invitación a salir de tales oscuridades, lo cual es vital para una mente creadora.
Ojo, todo empieza por “simples opiniones” que circulan de boca en boca. Tan morbosos hemos llegado a ser con nuestras opiniones que la prensa no tarda en hacer suyas estas cotidianidades, abiertamente, entre sus titulares. Los chismes, las opiniones, los comentarios sin términos y las mentiras están en todas partes. Vivimos en una sociedad indiscreta donde todo se ventila públicamente, y se hace viral con extrema facilidad. Las sociedades indiscretas siempre van de pico a la decadencia.
El arte de trabajar con sabiduría es otra cosa. No es, necesariamente, que el trabajo consista, en que debe generar en sí opiniones, ni comentarios. Más bien, es, en sí mismo, el arte de trabajar en silencio una revelación, cuasi primaria de la vida misma. Por lo tanto, el trabajador, más aún en el trabajo artístico, debe ocultar el misterio sagrado de su quehacer. El bullicio le es pernicioso. Al contrario, la sabiduría brilla más por el silencio que por las palabras. El lenguaje propio de la sabiduría es el trabajo, la obra pulcra y bien acabada. El ruido es más de las sociedades burras que de las sociedades sabias.
Nos hemos metido en muchos problemas a lo largo de la vida, por estar dando opiniones donde no se nos ha llamado. Por grandes prejuicios, opiniones y comentarios sobre personas y hechos que en realidad se desconoce. A tales almas, se le ha privado de muchas alegrías del espíritu, y siempre en peligro de perder amistades, por no saber guardar silencio cuando se debe. El mundo tiene su misterio, y es mejor conservarlo en su silencio sagrado. Así también, auto engañados, hemos creído disfrutar de muchas cosas que en realidad llevan a un fin desagradable, por dejarnos llevar de opiniones y comentarios; exactamente por estar pendiente de opiniones tontas sobre asuntos sin importancias.
En ese estado febril de las opiniones que van y vienen, en cualquier círculo social donde las almas interactúan entre sí, la falta de sabiduría, prudencia y sensatez se manifiesta en los tumultos de comentarios, opiniones, pareceres, y charlas sin cesar. Donde el corazón no baila cuando esta alegre, ni llora cuando se cantan canciones tristes. El alma se enferma y solo se interesa por las novedades descubiertas que nada tienen que ver con misterios, si no, de chismes cotidianos, “esto fue así” , “esto dijo aquel de ti”, “eso era blanco y ahora es azul”, y un largo etc…
La mejor forma de vida para un artista que goza de ser ermitaño, es obrar y callar, como dice el Tercer Abecedario de Francisco de Ozuna: “El hablar, distrae; el callar, recoge el espíritu”.
Todo progreso en virtudes, en talento, en industriosidad, y cualquier trabajo de crecimiento humano que transforma la naturaleza en hacerla capaz de habitabilidad, generar múltiples bienes y servicios, crecer espiritualmente y en costumbres, debe cultivar su obra sabiamente con el silencio.
No hace falta promulgar una nueva ética a cada individuo para el progreso humano integral, más bien un reconocimiento y una revalorización de la única ética capaz de transformar al hombre en sal de la tierra. La ética cristiana, universal, valores cotidianos vividos en el silencio sin que nos convirtamos en gurús, sino en sal de la tierra, haciendo en trabajo necesario y en la vocación que hemos sido llamados a realizarnos.
Ser cristiano hoy en día es un espectáculo para algunos, para otros una apariencia ética formada por vestuarios y una vida itineraria predicativa. Eso es otra clase de bulla, que aniquilan el carácter propio y arruinan el potencial que subyace en los temperamentos. Ser cristiano es ser verdaderamente humano. Ser cristiano es también auxiliarse en la gracia, mientras nuestras manos e inteligencias obran industriosamente en la parcela que por vocación se nos ha sido encomendada. La lex vivendi cristiana es una carga ligera, pero necesaria y llevadera, junto al trabajo conforma una obra sabia a través del tiempo, muchas veces imperceptibles al resto del mundo, otras veces, incluso imperceptible para sí mismo.
Esto generará, suavemente, entre nosotros, personas sabias, que inspiran a muchos otros, aunque no se revelan del todo en el momento, y cuyo crecimiento necesita tiempo y desarrollo. Mientras que los opinadores y comentaristas vilipendian, se burlan, mienten, ladran, hablan y hablan incansablemente, la sabiduría del trabajo en silencio será justificada por la obra bien acabada que habla por ella misma, con la belleza de sus fines, y la elegancia del proceso ético de la lex vivendi, porque: “si no te apartas de mis leyes, tu prosperidad será como un río, y tu vindicación como las olas del mal”.
El hombre de carácter cree firmemente en la obra que esta llevando a cabo, no se detiene en las falacias ni en las opiniones, solo o acompañado, pone su mano en el arado, y con el sudor de su frente, no solo convertirá los campos áridos en frutales, sino que, a través del trabajo alcanzamos la transformación del propio ser, que se va modelando por la gracia divina, en cada obra suya, con la misma belleza y brillantez del oro.