Por: Gerson Adrián Cordero
Después de meses de estar clavado en una cruz de madera, un espantapájaros se empieza a preguntar sobre su existencia. Reflexiona qué importancia tiene en el mundo y pone en dudas de que su propósito es solamente la de espantar los pájaros que llegan a comerse la cosecha.
Observa el comportamiento de los hombres que algunas veces van a la parcela a trabajar. muchas veces sonriendo, otras no. Pero siempre había algo en los humanos que le llamaba la atención. Como aquel día en que una joven se acercó sonriendo hasta donde estaba el hombre que lo había creado y le dio un extraño saludo que nunca había visto: un beso en la boca.
Entre dudas e interrogantes, en la mente del espantapájaros, empezaron a pasar los días y cuando los frutos estuvieron de cosechar, los pájaros aprovechando la falta de interés en el espantapájaros en hacer su trabajo, se empezaron a comer la cosecha.
Entonces su creador viendo que los pájaros ya no le temían a su creación, empezó a crear uno distinto del primero. Ya creado el nuevo espantapájaros, su creador lo llevó al sembrío y lo colocó al lado del otro. Cuando el primer espantapájaros abrió los ojos después de tenerlos largo tiempo cerrados dejando a un lado su labor, descubrió que un nuevo espantapájaros lo observaba con curiosidad. Pero éste, era distinto a él. Tenía una hermosa cabeza hecha de pajas de maíz, un gorro rosado distinto al de él. Unos labios hermosos. Y en vez de pantalón remendado, tenía un vestido a rayas que bailaba con el vaivén de la brisa.
Por largas horas el primer espantapájaros se quedó viendo a su compañera sin decir nada, pero deseoso de decir tantas cosas. Vio como su compañera lo observaba de reojos mientras sonreía de la misma forma que lo había hecho la joven aquella que días atrás saludó a su creador con besos en la boca. Cuando por fin el primer espantapájaros se llenó de valor para hablar con su compañera, de la nada apareció su creador, lo arrancó de la tierra y lo arrojó al fuego.