Por: Pedro Carreras Aguilera
He vuelto a leer Testamento de un líder de Fernando Hiciano, como quien asiste al viejo bar a degustar un buen vino, a estrechar la misma copa placentera y seductora, que induce a soñar un mundo raro. Tal vez, porque leer, beber y fumar un cigarro, proporcionan inopinadamente la manutención de los engendros del placer. He vuelto a manosear este texto novelístico que como muchos otros duermen el sueño milenario en mi biblioteca, el lugar donde recobro la paz interior, el sitio donde convivo con mis ancestros.
Me impresiona su prosa limpia, desnuda y valiente. Hay en su pluma una apreciable destreza construyendo perfiles psicológicos. Hiciano se vale de una arquitectura psíquica que se adentra en el interior de sus personajes hasta desnudarlos psicológicamente y de esa manera mostrar sus interioridades; sus grandezas y sus miserias. Con tales incursiones, conduce al lector por los imbricados intersticios que convive cada personaje. De manera que el lector termina asombrado de sí mismo, contemplándose totalmente desnudo de cuerpo entero, en la medida que viaja por las bien conseguidas páginas de este texto.
El autor consciente de que una novela es un mundo pagano de dioses muertos y templos derrumbados, donde el factor psíquico constituye una poderosa arma que construye, destruye, arma, desarma y cautiva al lector, se empeña en envolverlo en estos arquetipos psicológicos. Son, pienso yo, estos manejos sugerentes que hacen de Testamento de un líder una buena narrativa
A mi humilde opinión de ver las cosas, sin que pretenda ser un crítico de arte, ni algo parecido, esta narrativa tiene el poder de conmover al lector, de hacerle temblar la carne, hasta convertirlo en cómplice y actor del desplome o la heroicidad de cada personaje, personajes que el lector mientras lee los cree figuras de carne y hueso y se identificó tanto con ellos, que hasta se les parecen a sus propios semejantes. Al parecer, es así como en el transcurrir de esta novela, deja en sus páginas el rancho ardiendo, ya que en ellas, conviven ángeles y demonios; partidarios y enfrentados; vencidos y vencedores; héroes y villanos.
El país literario dominicano está a la espera de una novela marca país, que le permita insertarse en el mundo de las grandes narrativas latinoamericanas, como son los casos de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez; La fiesta del chivo de Mario Vargas Llosa; El mundo es ancho y ajeno de Ciro Alegría; El señor presidente de Miguel Ángel Asturias; Doña Bárbara de Rómulo Gallego, entre otras buenas novelas.
Cuando leo y releo la joven narrativa dominicana siempre me pregunto ¿será este el novelista esperado? ¿Qué día venturoso llegará la gran novela dominicana?