Por: César Canela
«Yo no aseguro ni puedo asegurar que hay
otra vida; no estoy convencido de que la haya;
pero no me cabe en la cabeza que un hombre
de verdad no sólo se resigne a gozar más que
de esta vida, sino que renuncie a la otra,
y hasta la rechace». -Miguel de Unamuno
Lo religioso responde, entre otras, a la necesidad humana de entenderse dentro de un sistema interconectado por fuerzas divinas, ya sea por uno o por varios dioses. Evidentemente, esto ocurre porque nuestra pequeñez e insignificancia nos lleva a asumir que somos parte de un engranaje que nos supera, del que “venimos”, “somos” y hacia el cual nos “dirigimos”. Armstrong, en referencia a esa dimensión religiosa que manifestamos los humanos, afirma:
«[…] los seres humanos son animales espirituales. Y se puede decir con razón que el Homo sapiens es también Homo religiosus. Tan pronto como pudieron ser reconocidos como humanos, varones y mujeres comenzaron a adorar a los dioses; creaban religiones al mismo tiempo que creaban obras de arte. Y lo hacían no solamente para que las fuerzas poderosas les fueran propicias; estas religiones primitivas expresaban la admiración y el misterio que, al parecer, han sido siempre un componente esencial de la experiencia humana de este mundo hermoso, pero aterrador. […]»[1]
El ser humano es ser religioso porque es gracias a la religión como encuentra aquello que le dota de un sentido a su dimensión humana, y con ella, al dolor, la muerte, la convivencia y la ignorancia. Esa condición religiosa nos lleva a asumir un “más allá”, del cual, sin importar la cultura, desarrollamos un marco doctrinal que nos ha servido de base a lo largo de muchas generaciones ofreciendo respuestas a las grandes preguntas que nos plantea la existencia: ¿quién soy? ¿de dónde vengo? ¿hacia dónde voy?
En esta conceptualización sobre el “más allá” son inevitables el “antropomorfismo” y el “materialismo” intelectual-espiritual-religioso porque todo lo explicamos desde nuestra realidad material-contingente, cosa que es razonable porque es imposible hacerlo de otro modo, ya que toda explicación de lo desconocido parte de lo conocido. Dentro de ese proceso explicativo suele ser interesante la seguridad con la que nos referimos acerca de algo que nos supera y a la que, por razonamiento lógico, es imposible acceder mientras participemos de esta condición humana. A pesar de todo esto, no deja de ser interesante que la religión, aunque se ocupe de cosas exhumanas, no pierde su condición humana. El ser humano durante toda su historia ha tenido una experiencia profunda en la dimensión espiritual-religiosa que, al parecer, trasciende toda la realidad mundana.[2]
Es evidente, que el “el más allá” supera al ser humano porque, de no ser así, entonces estaríamos ante un “más aquí”. Esta angustia que produce el más allá se ve superada gracias al diseño de un marco doctrinal que intenta explicar todos los fenómenos de la vida humana, desde los más simples hasta los más complejos, dotando a todos estos un origen divino. Al final del camino, cada uno “decide” que postura religiosa asumir para satisfacer la necesidad que tenemos de controlar nuestra propia existencia, y con ello, intentar acceder al “infinito”.
La “única verdad” es que lo religioso es innegable, es inagotable y se nos presenta de forma “agresiva” un lunes cualquiera por la tarde. En el proceso de la experiencia religiosa suele ser más fácil asumir los postulados de una “institución religiosa” para que ella administre por nosotros las ideas del “más allá”. En otras palabras, mucha gente decide asumir unos postulados como válidos para salir vivos de ese intento intelectual de conocer el “más allá”.
En la filosofía de Immanuel Kant, lo religioso es el conocimiento de los deberes que emanan de una fuerza suprema y divina. Es aquella cosa de donde parte el imperativo categórico que invita a hacer el bien. La religión tiene un efecto positivo porque fundamentalmente sirve de referente moral.
A pesar de que asumimos una dimensión religiosa, surgen algunas cuestiones de tipo teológicas: ¿es realmente el más allá como lo presentan? ¿qué es la “teología”? ¿la que enseña el cristianismo? ¿la del hinduismo, bahaísmo, judaísmo,budismo, islamismo, confucionismo, taoísmo, maniqueísmo, etc? ¿la que me “invento”? ¿la que está acorde a mi visión del mundo? Aunque todos los seres humanos tendemos a lo religioso se nos hace difícil ponernos de acuerdo en los principios religiosos que regirán a nuestras ideas. Aunque la esencia religiosa sea la misma, se notarán matices diferentes en la manifestación, interpretación y “comprensión” del “más allá” porque hay una “experiencia personal” que se manifiesta y que se explica desde la materia. El simple hecho de oponer al “más allá” con el mundo es una demostración clara de que la materia es la base de toda explicación religiosa. Al final, esa idea de la religión es un encuentro constante con la autonomía personal que le lleva a ir más allá.[3]
No pretendo hacer ninguna negación del “más allá”, ni mucho menos un ataque a las convicciones religiosas de la gente. Solo quiero subrayar que la explicación de lo exmundano no es una tarea simple porque no existe un parámetro objetivo fuera de la fe que pueda demostrarlo. Hablar con propiedad de algo que no se conoce del todo es una ventura complicada. Aunque algunas personas afirman que conocen “el más allá”, no hay forma de comprobar sus afirmaciones sobre lo divino. Sin embargo, la no comprobación de dichas afirmaciones no las hacen mentira aunque tampoco las convierten en verdades irrefutables.
Además, no es fácil encontrarnos ante el final de la vida. No es fácil ignorar lo que ocurrirá con la muerte. Algunos dicen que lo que hay “vida” después de la muerte. Me pregunto, ¿cómo puede ser vida? El llamar “vida” al “después” de la muerte es una demostración de nuestra incapacidad de identificar que es lo que hay más allá. Esa contaminación con el “más aquí” nos hace materializar todo lo que está después de la muerte. No sé lo que hay después de la muerte. Lo que creo que es no hay vida como la nuestra porque nuestra vida se manifiesta a través de la materialidad.
Creo que en el “después de la vida” o “después de la muerte” no hay nada como lo que conocemos porque, de haber lo mismo, no sería un después, sino una continuidad. No deberíamos llamarle vida a lo postmortem o a lo que haya, porque ontológicamente es contradictorio que una cosa continúe siendo la misma cuando se termina. Sin embargo, el llamarle “vida” a ese post, recalco, es muestra de que explicamos el “más allá” con el “más aquí”; además, se nos hace más fácil utilizar el concepto “vida” porque es única vía conocida para ser, hacer, haber y poder desde nuestra humanidad en la mutavilidad, transitoriedad y contingencia del mundo.
En definitiva, la religión es tendencia natural del ser humano que le invita a pensarse como ser-trascendente que tiende a religar con lo divino, a partir de una compresión del “más allá” que parte del “más aquí”. Todo acontecimiento del “más allá” nos supera[4] y por eso resulta difícil explicarlo con propiedad.
¡Qué la filosofía les acompañe!
Hasta la próxima. Un abrazo.
[1] Armstrong, Karen. Historia de Dios. Paidós, 1995. Pág. 21
[2] Cfr. Ibidem. Pág. 23
[3]Cfr. Calderón, Jaime Ricardo Reyes. "Kant y Dios: pruebas, postulados y religión." Revista Albertus Magnus 6.1 (2015): 113-134. Pág. 123
[4] Cfr. El retorno de lo religioso. Dario Sztajnszrajber. Podcast: Spoty. 03/03/2019