Por: Ryan Bladimir Santos
Cada vez que toco la tecla nerudiana para entonar una melodiosa canción en el piano de mi alma; encuentro en ella nuevos sentimientos que mi corazón una vez no supo interpretar. Su poesía es un conjunto de ramas que provienen del mismo árbol. La corriente existencialista que movió el universo poético de Neruda, también lo hizo con Márquez, con Borges, con Cortázar. El absurdo o método “Kafkiano”, (como bien lo nombra la RAE para nombrar la corriente filosófica—literaria), catapultó a Franz Kafka marcar un antes y un después en toda la historia de la literatura. Por eso es que, un claro ejemplo del corazón de toda su poesía, es su poema “Ser”, de quien iré desmembrado alguno que otro fragmento.
“Soy de anteayer como todo rumiante que mastica el pasado todo el día. Y qué pasado? Nadie sino uno mismo, nada sino un sabor de asado y vino negro callado para unos, para otros de sangre o de jazmines”.
Ese ser rumiante que se conjuga con el tiempo pasado es el hombre. Ese hombre de anteayer es “todos” los hombres; los desdichados seres de una vida incomprensible: trovadores del sufrimiento y la desdicha. El pasado, es el único héroe que lo salva de su existencia—mundo interior, de la culpabilidad eterna que hace el papel de su tirano. La única diferencia de los hombres, es que unos traen la almohada de su pasado de la lana y plumas más finas y suaves; mientras que otros, los más desdichados de la desdicha, la traen de cemento, de piedras, de metal inoxidable.
“Yo eres el resumen de lo que viviré, garganta o rosa, coral gregario o toro, pulsante ir y venir por las afueras y por los adentros: nadie invariable, eterno solo porque la muchedumbre de los muertos, de los que vivirán, de los que viven, tienen atribuciones en ti mismo, se continúan como un hilo roto que sigue entrecortándose y siguiendo de una vida a la otra, sin que nadie asuma tanta esperma derramada: polen ardiente, sexo, quemadura, paternidad de todo lo que canta.
Ay yo no traje un signo como corona sobre mi cabeza: fui un pobre ser: soy un orgullo inútil, un seré victorioso y de derrotado”.
En lo transcrito, ha de manifestarse que todos los hombres nacieron iguales, provinieron y van para el mismo lugar; vinieron del mismo cordón umbilical: el sufrimiento. Cada uno (hombres) es la continuidad del otro, creando un círculo vicioso de una inestable existencia. En resumidas cuentas, el “Yo fui”, de aquel hombre en donde la noche era su único día, y las tinieblas su única luz; es lo que “Yo seré” del otro. Los hombres llegan a la vida con su resumen realizado. Nada ni nadie cambia su futuro. Las efímeras dichas o fortunas solo sacian la pobreza exterior. Cuando terminan los hombres de vivir muertos (pues morimos mientras vivimos), una nueva vida los acoge entre sus brazos, con el “Yo fui”, de otro compatriota.
En la última línea del fragmento expuesto, el ser que pregona el poema cuestiona su existencia, pero ninguna pregunta dará cavidad a una respuesta; pues es hombre: un perdedor más en el mundo.