[Una meditación de la fiesta del nacimiento de San Juan Bautista, Isaías 49,1-6]
¿Podríamos nosotros tener la certeza de que aún el más desdichado de los hombres, el más triste de los pescadores, incluso, un malvado arrepentido pueda hallar una razón para alegrarse —no por su maldad sino por un motivo exterior a él, más allá de de lo moralmente correcto o incorrecto—, cabría una gota de alegría que lo redimirá de su desesperanza? ¿Podría esta pregunta obtener una afirmación positiva y verdadera?
¿Si aún la más alta de las crisis existenciales, en la enfermedad más mortífera y quejumbrosa, en el dolor más espeluznante, en medio de las guerras más despiadadas, entre el hambre y la sed, la acedia y la miseria material ignominiosa; habría un motivo para la alegría?
¿Incluso si traemos el ejemplo del dolor más desagradable, que el filósofo francés Jean Paul Sartre trae en su obra "La Náusea" sobre el dolor de una madre de África que ve morir su hijo de hambruna entre sus brazos? ¿Hay motivo para una alegría?¿Hay aún una esperanza escatológica por la cual alegrarse?
Esa esperanza, más allá de la muerte de la más alta de las miserias, es lo que la iglesia pretende celebrar el día del nacimiento de San Juan Bautista.
¿Pero es posible?
A la luz de la fe, nada es imposible. ¿Si Dios existe no debe haber un solo motivo para alegrarse? Pues no hay uno. Sino muchos. Y todos están encerrados bajo el velo de la persona, de la cual los hombres de hoy, hemos dimitido: Jesús el cristo. Y no pretendo venir con fuero de cura, ni de predicador empedernido. Pues soy un indigno de hablar de estas cosas, pero como indigno, también tengo el derecho a preguntarme dentro de mis propias miserias: ¿también yo no tengo un motivo para alegrarme? ¿de que se trata estas celebraciones olvidadas en estos tiempos de protestas, miseria espiritual y material, enfermedades y corrupción de todo tipo? Pues yo, aunque miserable entre los miserables puedo alzar una voz de jubilo, puedo alegrarme según las promesas del Ángel a Zacarías, padre de Juan Bautista: "con su nacimiento será alegría para muchos". Al oír esto en la antífona de la misa de esta mañana, mientras celebraba las fiestas del nacimiento de Juan el Bautizador, me pregunté: ¿Estaré yo entre los muchos que se alegran? ¿Me devolveré todo el tiempo en mis miserias? ¿Y si yo no soy de esos muchos, no caerá sobre mí alguna gota del vino de su alegría cuando estos muchos celebran?
Hoy en la liturgia de la lectura de Isaías 49, 1-6 encontramos algunas respuestas: "Oigan, países del mar, prestenme atención naciones lejanas". Claro que nos habla. ¿No seré yo esa nación lejana? ¿ese trozo de carne triste y ahuyentado por el vapor de mis males, pecados y miserias?…¿No eres de los que te sientas como yo? ¿Un lejano, un derrotado y un olvidado?
Pero cómo no alegrarse, si "El Señor me llamó antes de que yo naciera, y desde el seno de mi madre, pronunció mi nombre".(Is.49, 2). Hay un misterio oculto, debajo de la poesía de estas palabras. Hay un motivo para alegrarse, y es el hecho en sí de haber nacido, de haber respirado el regalo de cada día, de ser ese: "oculto bajo el amparo de su manto" y que te "guardó en su aljaba". ¿Y tú alma mía sigues triste aún?
Tú que estás cansado de vivir, bajo el terrón del peso del día a día, que has dicho: "He pasado trabajos en vano, he gastado mis fuerzas sin objetivos, me he desperdiciado en nada"(Is. 49,4). Pero presta atención, esto no puede ser solo poesía, si Dios existe, si Dios es padre, entonces, detente un momento, y piensa en estas palabras: "Israel tú eres mi siervo, en ti me mostraré glorioso"(Is.49,3) y "Yo haré que seas luz de las naciones" (Is.49,6c ).
Hay motivos, y se requiere únicamente sencillez de espíritu. Decía el escritor que más ha sufrido sobre la tierra, Dostoievski, una crianza brutal, condenado a muerte por el emperador, indultado en el último segundo, llevado a prisión bajo temperaturas severas y trabajos forzados, epilectico, y tenía siempre motivos para alegrarse, para rezar e inspirarse: "Veo una araña, y doy gracias a Dios por verla caminar sobre la pared". Es brutal. Pero la araña esta cumpliendo su función.
La alegría de Juan el Bautista, desde el vientre, empieza con la visita de María a su madre Isabel, ambas embarazadas, quienes eran primas. Dice el testimonio evangelico de Lucas que, "el niño saltó de alegría en su vientre". Pues la alegría de Juan el Bautizador, no era más que aquel hombre que nosotros, hoy rechazamos, Jesús el Cristo.
¿Pero por qué el mundo sigue siendo tremendamente infeliz, y hoy más que nunca? Pues es algo que meditaba esta mañana, pues hay misterios insondables, y misterios que tenemos miedo de penetrar. Mientras nosotros los hombres miserables, le huímos al sufrimiento, y decimos que hemos venido a este mundo a gozar y a disfrutar, sin embargo, el hombre más alegre del mundo, dice que "vino a morir". "Yo para esto he venido al mundo, seré entregado para ser insultado y ultrajado por los hombres". ¿Y yo para qué nací? ¿Para la danza?¿Para decir como Hector Lavoe: hay que pasar la vida siempre alegre, y gozar de todos los placeres?
Pues el salsero en algo tiene razón, en este mundo nacemos para el gozo, pero los grandes hombres y los más alegres han nacido para morir. Porque en la muerte aún hay una alegría, no la del deber Kantiano, sino la del amor. El que no esta dispuesto a morir a sí mismo por amor, sea este de la mujer de mi juventud, por la madrecita que me parió, por mis amigos y mis ideales, jamás sabré que es la verdadera alegría. El que cree que no va a morir no sabe lo que es el sabor de la vida. Solo los condenados a muertes, saboran con gozo eterno, la última migaja de pan.
En la película Fight Club de David Fincher podemos encontrar una escena abrumadora cuando Tayler Durden(Brad Pitt), asalta a un hombre asiatico que trabaja tristemente en un negocio familiar. Luego de ponerlo arrodillar a golpes y terror, bajo la mirada de una punta de pistola de 45 milímetros, le pregunta: ¿Amas la vida? ¿Quieres vivir? Y el asiatico le responde que sí. Entonces Tyler Durden le responde con otra pregunta: “¿Qué haces en un maldito trabajo que no te gusta desperdiciando tu vida?”. Y añadió: “¿Qué es lo que te gusta hacer?” y él asiatico respondió: “quiero estudiar química o ser microbiólogo”. Y el asaltante le ordenó: “entonces desde hoy empieza a estudiar y si te vuelvo a ver haciendo algo que no es lo que quieres hacer, no te perdonare la vida”. Entonces el compañero que andaba con el asaltante(Edward Norton), le dijo por qué lo hacía sufrir si ni siquiera le ibas a robar el dinero de la caja. A lo cual él respondió: “solo el verdadero temor a la muerte libera. Si así no lo hago jamás ese hombre iba a ser feliz. Ya verás nunca el sabor de la comida le será más delicioso que después de este encuentro con la muerte”.
Y para esto he nacido, para cantar y morir, teniendo siempre presente que mañana puede ser mi último día. Que dicha cantar muriendo, que dicha cantar sabiendo que no eres eterno. ¿Qué hermoso sería el último abrazo que le dieras a tu madre o a tus hijos si supieras que irías a morir al día siguiente? Mi arte y mi canto, mi teatro, mi vida, será de ahora en adelante como una misa de difuntos, cada misa será la última. Donde cada día me despido de todos. Cada segundo es mi última respiración, cada instante es un canto. Cada día es poético. Al menos, para los que hemos nacido, sabiendo que nos vamos a morir, sea postrado en el lecho, en un madero, o en la sala de un hospital. Donde quiera que la hermana muerte nos llame. Porque desde hoy, el niño que llevo en mi vientre saltará de gozo. Porque hay esperanza en un hombre que vivió gozosamente para morir para que nosotros muramos gozosamente para vivir.
Por eso canto como poeta trovador, por eso es mi alegría:
“True love
warms my heart,
no matter if he runs hot or cold.
My thoughts on her always,
but can’t know yet
if I can finish the job,
stay firm with joy,
that is if she wants to keep me hers
which my heart most desire”
(Cercamon, trovador c. 1137-1152)
Canto teatro. No solo porque festeje un personaje de hace dos mil años, más bien porque somos llamados todos a ser este Juan el Bautista, este hombre que hizo alegrar a muchos en el desierto, con poca ropa, y cinturón de cuero, apenas comiendo miel silvestre y saltamontes. Quiero ser la alegría de muchos, por eso canto. Le canto a las aves, a la amistad de mujer, a Dios, a la creación, a las montañas, a mis amigos, a mi madre, a mi tierna patria, y mi patria hospitalaria. Canto para ella. Canto para todos, y mi voz suena en la bocina del corazón de mis lectores, de los que me ven actuando, de los que me ven cada día. Canto con gozo la alegría de vivir, porque tengo seguro que un día como hoy, o, como mañana voy a morir.
Es la voz que clama en el desierto, en un mundo del progresismo capitalista rampante, o del progresismo marxista galopante. La alegría del desierto nos llama a todos a celebrar con sencillez este día de fiesta, porque muriendo es como vivimos. Y Hector Lavoe lo sabe: "Hay que pasar la vida siempre alegre"
"No hay hombre nacido de mujer mayor que Juan el Bautista" palabras sacrosantas del maestro de maestro.
-Enmanuel Peralta