Por: Enmanuel Peralta
“Para subir al paraíso hay que atravesar el infierno” Dante Alighieri”.
Libro Infierno, La Divina Comedia.
Amados lectores:
Ahora, si vas a leer este artículo, ya debes estar lo suficientemente listo para arder en tu propia llama; ¿Cómo podrías resucitar si antes no te has convertido en cenizas? ¿Cómo sabes lo que es júbilo si no has atravesado las llamas del dolor óntico de la muerte del ser?
Para que el individuo pueda actualizar las posibilidades más altas del ser, no es solo entrar en un proceso constructivo y creativo sino también destructivo. Posiblemente el más destructivo de todos. Decidas o no, tarde o temprano vendrá el día en que tengas que atravesar el proceso destructivo, la naturaleza legisla en ese orden de cosas. Es ley. Valiente el que se somete a sí mismo para encontrar como auto destruirse, y entonces luego, ponerse de pie sin miedo al mundo ni a la ferocidad de la madre naturaleza. Estos serían mucho más aventajados que los que despiertan después de un letargo por razones externas o ajenas a sus propias decisiones de someterse por sí mismo al juego de vivir peligrosamente.
De tal manera que, gran parte de tu antiguo ser tiene que ser destruido para que emerja tu nuevo yo, aún más grande, el verdadero tu. No. Me he equivocado. Todo el antiguo ser debe ser destruido, no solo parte. Absolutamente todo. “El que no nace de nuevo, del agua y del espíritu no entra a la vida eterna”, le dijo Jesús al fariseo Nicodemo. Todos los antiguos místicos están de acuerdo en que ciertas experiencias dolorosas, físicas y existenciales son necesarias para la elevación de la persona humana, y alcanzar la sublimación como le llama Freud, o, el estado contemplativo como lo llaman los filósofos griegos. Pero esta elevación no es posible sin el proceso de la autodestrucción, o sin tocar fondo como lo llaman algunos cantantes. El novelista ruso, Fiodor Dostoievski lo llamaba “el subsuelo”, Santa Teresa “el pozo”, y San Juan de la Cruz “la noche oscura”. Y así ha recibido muchas nominaciones de acuerdo a la experiencia de los místicos, psicólogos, literatos y filósofos.
Carlo Jung le llamaba “lado oscuro”.
Por más raro que esto parezca, según la misma experiencia de Carlo Jung esto es lo mejor, aunque lo más doloroso, que le puede ocurrir a un individuo; de esta y no de otra manera el individuo alcanza el más alto grado del ser; se extiende hacia el Supremo Ser. En toda gran historia, una crisis extrema precede al clímax.
La tesis que expongo de esta “destrucción” y “recreación” a través del dolor es de una lógica simple: el que ha tocado el infierno más profundo de la agonía existencial, todo los pasos que pueda realizar para salir de ello, consisten en éxitos; pues se estaba en lo más bajo, en la miseria absoluta del alma, y cualquier intento de salir de allí es un acto de rebelión, que, al agotarse toda posibilidad de emerger, lo único que pueda salvar es un “acto superior” del ser, es allí donde habita el Supremo Ser. El acto del ser o del ego en este caso, es un acto de rendirse. Una rendición absoluta, para que ocupe lugar, el Supremo Ser.
La forma en la que el gran psicoterapeuta, Robert A. Johnson, interpreta este proceso en su libro Owning your own shadow: understanding the dark side of the psyche(1993). Lo expone explicando a Carl Jung, al decir que el proceso de construcción es de tipo religioso: “El proceso religioso consiste en una restauración de la plenitud de la personalidad. La palabra religión, significa re ligar-relacionar. Es absolutamente necesario ligarse al proceso de para redimirnos del estado animal en el que yacemos, y es igualmente necesaria la tarea espiritual de colocar nuestro fracturado, alienado mundo de nuevo hacia su justo lugar. Uno debería romper con el Jardín del Edén, pero más aún restaurar la Jerusalén Celestial”.
También el doctor Marie-Loise von Franz explica este tema de Jung con extrema sencillez: “Jung ha dicho que estar en una situación donde no hay salida, o estar en un conflicto donde no hay solución, es el comienzo clásico del proceso de individuación. Está destinado a ser una situación sin solución: el inconsciente quiere el conflicto desesperado para poner la conciencia del ego contra la pared, de modo que el hombre tenga que darse cuenta de que haga lo que haga está mal, de cualquier manera que decida estará mal. Esto está destinado a derribar la superioridad del ego, que siempre actúa desde la ilusión de que tiene la responsabilidad de la decisión”. Es así como se da el proceso catalizador que los psicólogos americanos que estudian las actividades de alto rendimiento llaman “sparkling”. Una inspiración y una fuerza invencible en la personalidad cuya poder de voluntad parece rozar con lo divino. O más bien, con tendencia a la unidad con lo divino. Es así que lo han testimoniado las grandes biografías de hombres y mujeres de todos los tiempos. Sin embargo, la gran mayoría tememos a este encuentro con el subsuelo. Y preferimos ser “normales”.
También Máslow estuvo de acuerdo con Nietzsche sobre el aspecto destructivo del crecimiento del individuo, diciendo que todos nosotros tenemos un “miedo parcialmente justificado de ser destrozados” en nuestro viaje de realización de nuestras más altas posibilidades. Cuando lo consideramos más de cerca, podemos ver que evitar el crecimiento es una respuesta natural, ya que no hay crecimiento sin cambio. Y el cambio tendrá que venir bruscamente, a menos que seamos conscientes y decidamos por nuestra propia cuenta hundirnos en un abismo en el que solo Dios nos salva, con el único fin de “resucitar”. Y no importa cuán constructivo y positivo sea, el cambio suele ser incómodo, doloroso e incluso, aterrador. Y solo los que están destinados a ser semidioses lo anhelan.
Los demás solo huyen de lo inevitable, lo cual provoca un letargo en la realización plena del carácter humano y divino del individuo.
Vivir hacia las posibilidades más altas no solo cambia quiénes somos. También cambia nuestra relación con el mundo y con todos y todo lo que hay en él. Una parte del miedo a la destrucción involucrada en tu crecimiento personal es el miedo a perder a las personas que te rodean. Personas que no entienden, o tal vez ni siquiera apoyan tu crecimiento, o ni saben lo que es crecer excepto por los medios convencionales trazados por la sociedad. No es de extrañar entonces que la mayoría de los hombres que aspiran a la grandeza elijan este viaje, a menudo doloroso y solitario. Pero nada más hermoso, que a pesar de no ser entendido, poder contemplar la propia grandeza que algún día resplandecerá en ecos de eternidad.
No es fácil expresar poéticamente cuánto dolor uno debe estar dispuesto a soportar para una genuina autocreación. Nietzsche dijo: “Para que el creador sea él mismo el niño que nace, debe querer ser también el dador del nacimiento y el dolor del dador del nacimiento”. Cuando la bala imparable golpea la pared impenetrable, encontramos la experiencia mística. Es precisamente aquí donde uno crecerá. Jung dijo una vez, "descubre lo que más teme una persona y ahí es donde se desarrollará a continuación". El ego está formado como el metal entre el martillo y el yunque.
Estimados lectores, les extiendo mi gratitud. Que las ideas articuladas en este escrito les sirvan de provecho. Que el todopoderoso les guíe y les guarde.
Enmanuel Peralta, el perro.