El Divino Poeta, Literatura

¿Haikú?

El haiku entró a occidente con el pie izquierdo. No quiero decir con esto que no ha habido en nuestros países buenos y verdaderos haikistas (o haijin), pero sí afirmo que incluso quienes lograron muy buenos haikus, cometieron errores garrafales, llamando haiku a cosas que no lo eran. En estas breves palabras, me propongo demostrar la siguiente afirmación: es difícil encontrar buenos y verdaderos haikus en occidente, y especialmente en RD, que es, en el momento, nuestro contexto geográfico.
Es de conocimiento público que, según críticos y criticones, el haiku entró a nuestra lengua por México. Asunto con el que no estoy de acuerdo por algunos detalles. Seiko Ota, de la Universidad de Estudios Extranjeros, de Kioto, Japón, dice lo siguiente: «“Un día…” −libro con que supuestamente se introduce el haikú a nuestra lengua− fue publicado en Caracas, Venezuela, por la editorial Bolívar, el 1o de septiembre de 1919. La mayoría de sus poemas son de tres líneas y Tablada los dedica “a las sombras amadas de la poetisa Shiyo y del poeta Basho”». El oyente debe notar que el maestro japonés no dice haiku, sino «poemas de tres líneas». Dicho esto, es evidente que el haiku no entra a Occidente por México, sino por Venezuela, claro, a través de un poeta mexicano.
Según información que nos ofrece Sara Saz, de la universidad de Colorado, en 1900, gracias al apoyo económico del millonario Jesús Lujan, patrocinador de las letras, y en particular de la Revista Moderna, Tablada pudo realizar una estancia de medio año en Japón. Pero no tuvo tiempo para dominar el idioma, hecho que no le favoreció para que la cultura nipona lo poseyera. Pero claro, la experiencia tuvo una profunda influencia en él, sobre todo estéticamente. Tablada admiró la relación de los poetas japoneses con la natura, luego escribió poemas breves con la influencia oriental, pero que, según mi juicio, la mayoría no alcanzaba el grado de haiku.
Muy a menudo se cree que Tablada dominada el japonés, pero no es cierto. Su nivel de japonés no era elevado. Él mismo lo dice en un artículo de 1913: «Mi antiguo maestro de japonés Ohéra Keitaro, me escribe desde Shinno enviándome varios periódicos de Tokio, recomendándome su atenta lectura, que para mí es aún una descifración laboriosa de criptografía. Por fortuna, junto a cada hermético y singular ideograma, está su equivalente fonético del silabario “hiragana”, que me es familiar». Y cito de nuevo al profesor japonés Ota Seiko: «En 1923, según las descripciones del Diario, Tablada no pudo traducir el haikú japonés al español sin ayuda de algún japonés. Por lo tanto, es indudable que Tablada conoció el haikú no directamente del japonés sino a través de los libros sobre haikú traducidos en francés, que hablaba perfectamente, o del inglés».
Con lo dicho anteriormente pretendo cumplir en parte la misión del filósofo: hacer dudar. Afirmo pues, que no debemos a Tablada la introducción definitiva del haiku en la lengua española. Más crédito merece Octavio Paz, que tradujo al español «Sendas de Oku», de Matsuo Basho, siendo esa la primera traducción realizada a un idioma occidental.
Y que no se me mal interprete. Nada tengo en contra de Tablada. Fue un excelente poeta, de una cultura vastísima, pero sus «haikus» están llenos de metáforas, y casi siempre carecen de kigo o de kireji. Además, sus poemas de tres líneas a veces sobrepasan con creces las 17 sílabas. Creemos que el haikú puede tener menos de 17 sílabas, dado que las «moras» japonesas son más breves que las sílabas españolas, por lo que es aceptable un haiku de 15 o 16 sílabas, pero no admitimos para el haiku una métrica superior a las 17 sílabas. Con esto, repito, no niego que Tablada haya sido un gran poeta, pero gran haikista no era. Y estoy dispuesto a defender mi tesis. Miren por ejemplo estos poemas que muchos aceptan como haiku:
Coyoacán, al pasado muerto
el coyote de tu jeroglífico
lanza implacable lamento…
Tierno saúz
casi oro, casi ámbar,
casi luz…
Sin cesar gotea
Miel el colmenar;
Cada gota es una abeja…
Ni que me maten acepto esto como haiku. Sobrepasan la métrica, tienen metáforas, no tienen kigo, no tienen kireji, y siempre el primer verso rima con el tercero, dejando huérfano el segundo; a veces con rima consonante, a veces con rima asonante. Al principio, los haikus de Tablada tuvieron mucha oposición, pero luego surgió un montón de poetas que, sin interesarse por la esencia de la fuente pura, empezaron a imitar como si fuesen simios, y por eso, el haiku llega a nuestros días deformado, débil, y falseado. En ese orden, Octavio Paz nos dice que «la influencia de Tablada fue instantánea y se extendió a toda la lengua. Se le imitó muchísimo y, como siempre ocurre, la mayoría de esas imitaciones han ido a parar a los inmensos basureros de la literatura no leída».
Definitivamente, Tablada fue una mala influencia. Los haikistas deberían olvidarlo.
Decir lo anterior era necesario, porque en nuestros lares, el poeta tiene la mala costumbre de llamar haiku a cualquier cosa que tenga 17 sílabas divididas en tres versos de 5, 7 y 5. Tan así es que si hacemos tres trazos de 5, 7 y 5 centímetros respectivamente a alguien se le ocurriría decir que es un haiku. Y no se sorprenda usted si pronto nos vienen hablando de haiku imaginario. Pero bueno.
En el siglo de la información, me parece imperdonable que los poetas sigan confundiendo con haiku cualquier poema de estructura parecida. Pero claro, es una sociedad infoxicada, donde todos saben de todo, pero nadie profundiza en nada. La erudición no interesa a los imbéciles.
Según especialistas como Horacio Blyth y Fernando Rodríguez Izquierdo, el haikú es un tipo de poesía japonesa que consiste en un poema breve de diecisiete moras (sílabas en español) escrito en tres versos de cinco, siete y cinco sílabas respectivamente. Es imprescindible que el haikú tenga un kigo, palabra que haga alusión a la estación del año en que se describe la escena. Hay quienes definen el haiku como una fotografía, una instantánea. Pero es una fotografía en la que el fotógrafo no debe aparecer. De acuerdo con los tradicionalistas, el haiku se basa en el asombro y la emoción que produce en el poeta la contemplación de la realidad (por tradición, en un espacio de la naturaleza). Siguiendo el régimen tradicional japonés, el haiku debe contener alguna referencia directa o indirecta a la estación del año, mediante el uso de un kigo o palabra que evoca las estaciones. Originalmente la esencia del haiku es una escena «cortada» mediante la conexión de dos imágenes separadas por un kireji que es el término separador, y suele transcribirse como un punto, coma, guion medio, punto y coma, etcétera. Como ejemplo, escuchen este de Taniguchi Buson, uno de los grandes maestros del haiku:
¡Lluvia primaveral!
Las conchitas se mojan
en la playita.
Aquí se pueden notar el kigo y el kireji. Hay una asonancia interna, pero es asunto de la traducción. Y yo no critico traducciones, pues no sería justo. Además, sería necesario dominar tanto el idioma base como el idioma meta. El haiku debe estar exento de rimas, el ego debe quedar fuera. Hay que alejarse de todo subjetivismo, y en la medida de lo posible huir de verbos y adjetivaciones. El haiku es poesía sustantiva.
Es importante lo que dice Vicente Haya, en su iniciación al haiku japonés. Cito: “En el haiku no se admite nada que disfrace lo que está ocurriendo con toda su desnudez ante los ojos del autor. Si las palabras que se usan en el haiku no son sencillas, dejará de apuntar a la cosa misma que quiere mostrar y el propio autor se constituirá en el objeto disimulado de su poema. El haiku no debe hablarnos de su autor, sino del mundo. El autor tiene que desaparecer. Se trata de desaparecer voluntariamente en un universo que es pura maravilla. Un universo que, hasta que nos armonizamos con él, tolera como puede nuestras pretensiones de ser y de tener. Si lo que nos emociona del mundo no está expresado con claridad, nuestro haiku no nos lleva adonde debe, sino a otro lugar. Como el caso de:
Las estrellas súbitamente
abrieron sus ojos
de otoño.
Nos parezca bello o no lo que aquí nos ha dicho el poeta, no es un haiku, porque no sabemos a ciencia cierta qué son los ojos de otoño de las estrellas. Y no queremos que el poeta nos lo explique. Un poema japonés que tenga 17 sílabas puede ser magnífico y no ser haiku. Podríamos salvarlo para el universo del haiku con otras cesuras métricas (ya que las cesuras las pone el traductor), pero solo conseguiríamos que dejara de ser un buen poema para convertirse en un mal haiku.
En este orden, podemos citar, por ejemplo, casi todos los supuestos haikus de Benedetti, en su famoso libro Rincón de Haikus.
Veamos:
La muerte invade
de vez en cuando el sueño
y hace sus cálculos.
Por si las moscas
hay profetas que callan
su profecía.
Los premios póstumos
se otorgan con desgana
y algo de lástima
Y al laureado
no se le mueve un pelo
allá en su nicho.
Estos poemas son encantadores, personalmente me fascinan, pero no son haikus. Así podemos leer todo el libro, y quizás apenas encontremos algunos.
Luego leemos de Borges, en La Cifra:
Algo me han dicho
la tarde y la montaña.
Ya lo he perdido.
Bajo el alero
el espejo no copia
más que la luna.
¿Es un imperio
esa luz que se apaga
o una luciérnaga?
Esto es divino, pero más que haiku parecen acertijos o adivinanzas. El haiku no se presta para eso, es cosa del tanka. Nótese que no he dicho que estos poemas sean malos, sino que no son haiku. Permítame repetir algo: son demasiados los poetas que tienen la mala costumbre de llamar haiku a cualquier cosa que tenga 17 sílabas divididas en tres versos de 5, 7 y 5. Y los poetas dominicanos no son la excepción. Ellos también llaman haiku a cosas que no lo son. Por ejemplo, en su brevísimo repaso a la presencia del haiku en RD, Luis Reynaldo Pérez cita el siguiente de José Domenchina, como un ejemplo de clásico haiku:
Pájaro muerto
¡Qué agonía de plumas
en el silencio!
Pero los pájaros se mueren en cualquier estación. Y, además, el haikú ha de dar vida, no quitarla. Esto me hace recordar anécdota que nos cuanta Izquierdo: «Cierto día Bashoo y Kikaku, su primer discípulo, iban caminando por los campos, y se quedaron mirando a las libélulas que revoloteaban por el aire. Inspirado en esa escena, el discípulo compuso el siguiente haiku:
»¡Libélulas rojas!
Quítales las alas
y serán vainas de pimienta.
Pero el maestro Basho objetó diciendo: “No. De ese modo has matado a la libélula. Di más bien:
»¡Vainas de pimienta!
Añádeles alas
y serán libélulas.»
En esta sencillez, Basho, según algunos el mayor poeta de haiku jamás nacido, nos revela la vocación del poeta: vivificar la naturaleza, y no destruirla.
Luis Reynaldo Pérez ganó en 2011 el concurso nacional de haiku, organizado por el Ministerio de Cultura. Su obra: «Temblor de Lunas». Según el veredicto: esta obra ha sido premiada porque «se aproxima al espíritu del haiku, logrando transitar por instantes reveladores, definidos por el extrañamiento y la luminosidad. El poeta vislumbra la realidad a través de hechos aparentemente nimios pero cargados de lenguaje vital». ¿Pero son los suyos verdaderos haikús? Me temo que no. Menos mal que dicen: «se aproxima al espíritu del haiku».
Veamos:
Bajo la lluvia
el corazón palpita,
tiene memoria.
Uno podría pensar que lluvia es un kigo indirecto, pero no. Y menos en RD donde el clima es un desmadre y la lluvia cae cuando le da la gana. Otro:
En mi cabeza
mil ojos parpadean.
El cielo mira.
Aquí hay kireji, pero no kigo. Además, comparar las estrellas con ojos que parpadean, es metáfora pura.
Otros:
Escuchan quietos
los oídos del día.
El viento canta.
El río ríe
en sus orillas tibias
las piedras cantan.
¿Desde cuándo el día tiene oídos? ¿Desde cuándo las piedras cantan? Esto es puro artificio retórico. Y el haiku debe prescindir de todo eso.
En los dos siguientes, el poeta pasa por alto la ley de las agudas.
Tras el ventanal
peces pintados de azul
palpan la noche.
El segundo verso está largo.
Muere la lluvia
para revivir luego
disfrazada en flor.
En este, el tercer verso está largo.
Pasemos de aquí. Otro poeta dominicano que escribe este tipo de poemas es Adolfo Duluc. No he leído su libro, Haikus isleños, pero si leí una resña que escribió Juan Inirio Hernández, en la cual cita:
«El equinoccio
abrió el atrio de Jazmín
en tus “histerias”»
Aquí se ignora la ley de las agudas, y el verso 2 pasa a tener 8 sílabas. También aparece el siguiente poema:
«Hambriento de ti,
me desboqué tras la noche
translúcida».
Donde se ignoran la regla de las agudas (verso uno) y la regla de las esdrújulas (verso 3). Así el verso uno pasa a tener 6 sílabas y el 3 pasa a tener 4.
Otro poeta que escribe haiku es Pedro Paulino, de quien Julio Cuevas, en una reseña, cita los siguientes:
En tu ausencia
¿Para quién cantan
las alondras?
No se respeta la sinalefa, para lograr la métrica.
Lentos.
Los atardeceres sonríen
flotando en el agua.
Aquí olvidó la métrica por completo.
Otro ejemplo:
En qué mágico
lugar de tu cuerpo
abrió sus pétalos la flor!
Y otro:
No es una mariposa
es tu sonrisa
volando hacia el jardín.
Aquí al poeta no le importa la métrica, pero también descuida todo lo demás.
Este último me encanta, pero no es haiku:
No hay prisa por latir
en un corazón
que ha olvidado amar.
Esa es la tendencia.
De Alexis Gómez Rosa, introductor del haiku en RD, citaré los siguientes:
Por la ribera
perdido: el caracol
hace camino.
Olas de labios,
murmullos, se derraman
enfebrecidos.
Cae la palabra
en templo convertida:
sol del poema.
Esto es hermoso, pero tampoco es haiku. Y ya, para concluir, debo decir que hay otros estilos de poesía breve japonesa que tienen la misma métrica del haiku, estilos en los que pueden entrar la mayoría de los breves poemas citados. Esos poemas parecidos al haiku son el Muki, el Senryu, y el Hokku.
Todos estos poemas constan de tres versos de 5-7-5. Pero el Haiku no debe tener rima, no debe llevar título (asunto este que a Tablada no le importa), debe tener kigo (obligatorio), debe tener kireji, debe excluir el yo, debe prescindir de todo artificio retórico, y debe fotografiar el aquí y el ahora. Como creo haber dicho antes, el kigo es, según Alejandro Cárdenas y otros estudiosos, una palabra o frase clave que indica la estación del año en que ocurre la observación de la naturaleza. Se considera Kigo directo a los sustantivos que nombran las estaciones (primavera, verano, otoño, invierno) y kigo indirecto a palabras o frases de aspectos característicos de cada estación, que la identifican inequívocamente en un ámbito global y no regional, por ejemplo: Nieve implica invierno en todo el mundo. Lluvia implica invierno solo en ciertas regiones (y puede llover ocasionalmente en otras estaciones inclusive), por lo cual no es un Kigo indirecto aceptable.
Kireji implica un corte de pensamiento en el poema. Indicando que termina la descripción de una imagen o pensamiento poético y comienza otro. También es conveniente hablar de rima, dado que ningún poema japonés admite rima consonante. Y la rima asonante, si bien sería posible usarla, se considera en la poesía japonesa tradicional como un elemento que hace que el poema sea inferior en su calidad.
Aclarado esto, pasamos al Hokku. Este poema es muy parecido al Haiku, pero este sí admite metáforas, personificaciones y subjetivismos, y cualquier figura literaria. Todo lo demás es como el Haiku. Es en todo lo demás como el haiku. Luego está el Senryu, que no lleva Kigo ni Kireji y admite todo tipo de lirismo y no se limita ni a la naturaleza, ni al presente. Es decir, aborda cualquier tema. Luego, y ya casi culmino, está el Müki con lirismo moderado, sin Kigo pero con Kireji en tercer verso. Algunos dicen que el Müki es el haiku liberado de la rigidez tradicional, pero la verdad es que existen notables diferencias.
Cabe decir que existe la palabra Zappai, para referirse a toda forma de poesía que «incluye todo tipo de poemas de diecisiete sílabas, pero que no tienen las características formales o técnicas adecuadas del haiku».
Señores, es mucho lo que tenemos que decir de este tipo de poesía, pero el tiempo apremia, y esto no es una cátedra, así que me despido.
Gracias por escucharme. Salud.
-Miguel Contreras

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