Por: Enmanuel Peralta
«El espectáculo de lo bello, en cualquier forma en que se presente, levanta las más nobles aspiraciones».
-Gustavo Adolfo Bécquer
Una mañana fría de otoño, lloviznando, me detuve contemplativo ante la réplica de uno de los cuadros más famosos del mundo a través del cristal de un museo cuyo nombre no puedo proveer, y a pesar de ser una réplica fotográfica, indudablemente me había encontrado con uno de los amores de mi vida: La joven del arete de perla realizada por el neerlandés Johannes Vermeer van Delft. Como un enamorado que se resiste a despegar los ojos del objeto de su amor, así quedé, prendado de aquella tan magnífica obra que sólo había mirado en los libros y enciclopedias de artes. Tartamudeando decidí comprarla, y me aferré a Vermeer como lo había hecho con Velazquez, Campin, Gaudi, Da Vinci, Rafael, Degas y Monet. Al pasar los días no hice más que devorar libros con comentarios ilustrados de sus obras. Y aunque repetía mil veces las ojeadas intensas ante sus cuadros, caía enamorado, perplejo, con reverencia, temblor y éxtasis como el primer día.
Su estilo, tenebroso y contrastado, casi caravaggiano, miradas vivas y cuerpos en movimientos, colores lucidos con una imperceptible opacidad. Una paleta reducida de colores donde priman el verde y el negro para lograr el “tenebrismo” que hace resaltar los colores vivos. Los puntos focales exaltados, como La joven del Arete de Perla—donde sus labios mirada y arete son los epicentros del despliegue del drama de la belleza captados en un movimiento singular—. Los personajes de sus cuadros reposan, siempre, en un ambiente tranquilo que capta eternidad y una composición y encuadre que revela el sosiego de sus personajes mientras realizan cualquier tarea cotidiana, en un movimiento bio-mecánico perfecto y que atrae hacía los puntos focales las miradas. Una gran excepción en su estilo, es de la obra “Alegoría de la Fe” donde retrata a su esposa, quien era católica devota, presenciando una misa en éxtasis con un cristo crucificado detrás, una mesa con el cáliz y la patena, una biblia abierta sobre la derecha del altar y en el centro un crucifijo. Este cuadro marca la discusión si finalmente Vermeer se hizo católico o simplemente lo hizo para complacer a su esposa. Pero ese es otro tema.
A Vermeer se le ha considerado el artista más grande de los Países Bajos y uno de los más grandes del mundo entero.
Pero más admirable aún, mis amados lectores, como dice el gran boxeador Mike Tyson “mira los grandes, pero no solo mirarles, observa su vida, su rutina. Su estilo de vida”. Echémosle un vistazo a cuatro actitudes que lo llevaron a la grandeza y póstumamente a la inmortalidad. Poco o más bien muy poco se sabe de Vermeer, pero los más agudos detalles de sus actitudes no lo deducimos de su “biografía” sino de sus obras. Que son más que reveladoras, y a cualquier hombre o mujer con sentido agudo, y aun con un conocimiento elemental de lo que es la belleza en el arte, no lo dejaría indiferente. Además mis queridos lectores, estas actitudes podemos aplicarlas a cualquier faceta de nuestra vida industriosa. La grandeza de Vermeer no descansa sobre lo enorme o extensa de su obra ni en la exuberancia del autor, apenas se reconocen como suyas algunas treinta y tres obras, sin embargo, manifiestan el poderío de un talento único e inigualable. La belleza, en Vermeer, es la victoria de lo simple sobre lo enorme, su grandeza reside, esencialmente, en su mirada única y mística sobre la hermosura de lo cotidiano.
El hambre insaciable de belleza. La primera característica del pintor de Delft es una hambre más allá de lo común por encontrar, contemplar y plasmar la belleza de las cosas. Sobre todo, únicamente la belleza que hay detrás de las personas, objetos y miradas cotidianas. Esa sensibilidad, casi sobrenatural de encontrar paraísos en rostros rusticos, haciendo tareas sencillas y comunes le abrió la ventana a una pintura que expresa la sublimidad de lo “normal”. Cuando nos detenemos ante un artista de tal magnitud muchos se concentran en hallar las extravagancias, las maneras más sublimes del hombre y la mujer como los románticos alemanes. Pero más aún, Vermeer, podía encontrar lo sublime en la mirada de una sirvienta, en una mujer sosteniendo una jarra, en la contemplación de un puerto urbano como La Vista de Delft poco después del amanecer. No por la sencillez de su arte, era menos dedicado, ni por ello menos apasionado para alcanzar tal grado de belleza.
El hambre por la belleza es una característica que nos define a todos los humanos. Sin embargo, algunos se dejan tocar tan profundamente por este hálito divino, que pueden crear obras maestras aún desde lo más pequeño de la vida más común de los mortales.
El artista moderno se caracteriza por una aversión demoníaca hacia lo bello, una extraña y confusa admiración por el arte degenerado, por lo feo, lo mal hecho, por la mediocridad. Esto lleva al declive en todos los aspectos de la vida del hombre y la mujer de hoy. Cuando se pierde el gusto y el hambre por la belleza es signo de que hemos caído en las más terribles de las crisis; en la degeneración. Y creamos una ruptura con la tradición del arte que nos precede. Por ende la ruina y el colapso de la cultura en su sentido más profundo y sublime, a cambio de un pseudo arte, de la fealdad, de lo estupido y lo extremadamente ridículo como espectáculo rentable.
El hambre por lo bello, según podemos constatar en la vida de Vermeer no provenía de una objetivación histórica de sus cualidades elementales ni la comodidad de los tesoros familiares heredados, pues no lo era; ni rico ni elemental en su persona, y ni siquiera se sabe donde estudió con exactitud, ni qué maestro le enseñó tales o cuales cualidades, aunque sí se sabe que tuvo al menos una preparación durante seis años debido al gremio de pintores al cual pertenecía, lo cual exigiría una preparación tal. Pero el don y el talento no lo da la escuela. Pues el gremio y la academia sólo pueden proporcionar la técnica y espacio. Sin embargo, Vermeer como Da Vinci, se puede decir que superó con creces a sus maestros.
¿Entonces de dónde nace el amor y el hambre por la belleza de Vermeer? Del alma. No hay hambre de belleza que no resida en el alma. Y no puede residir en el alma un hambre saciada. El artista verdadero debe de ser insaciable, no hay plenitud, ni perfecta armonía en el hambre por la belleza y la producción artística de ella. Cada obra despierta más hambre y más hambre. Siempre en la búsqueda de una posesión absoluta de la fuente y el culmen de toda belleza. Es decir la búsqueda de la Belleza Suprema. Anatole France lo expresa mejor al escribir “cuando se ve una cosa bella, se quiere poseerla. Es una cosa natural que las leyes han previsto”. La belleza en la naturaleza humana, consiste en ser expresada desde lo más profundo del ser, y que, es elevada a categoría divina. Entonces podríamos hablar como decía el doctor Jung: una manifestación del Ser, con mayúscula.
La belleza es una revelación de lo divino en cada ser, y la ambición del artista es la insaciable hambre de poseerla, retratarla, expresarla, pintarla, hacerla poesía. Es una experiencia única, cuando, los artistas reconociendo la propia finitud, tienden a desplegar el alma hasta rosar lo infinito. El amor y el hambre por la belleza no hacen nada más que manifestar esta grandeza infinita de una Belleza inagotable que es Dios, fuente y culmen de toda belleza. Con razón Dostoievski escribió: “La Belleza salvará el mundo”.
Simplicidad. Leonardo Da Vinci en su diario escribió: la simplicidad es la sofisticación definitiva. Lo dijo uno de los artistas más sofisticados de la historia. Más aún, Tolstoi protestaba contra Da Vinci de igual manera en su diario: “No. La simplicidad es la sofistificación definitiva”. Incluso, Steve Job tomó como lema la frase de Da Vinci para diseñar sus productos partiendo siempre de transformar lo complejo en algo simple. Pero volviendo al pintor de Delft, podríamos decir que su arte era una “encarnación” de la sofisticación de lo simple.
Lo simple es lo que en latin le llamaban “simplicitas” o cualidad natural del ser. Lo simple es lo que es, en su parte más esencial y concreta de la cualidad presentada sin mezcla alguna. Es lo más puro del ser, su estado constitucional sin aditivos ni salsa presentada como espectáculo a los sentidos.
Actuar, vivir y crear con simplicidad podría verse como algo fácil, sin embargo al alma creativa aunque aspire a ello, se le hace bastante difícil alcanzar este estado de sensibilidad, que no se domina sino con el tiempo, la práctica y la contemplación continua de la vida elevada a través de la vibración del corazón y el intelecto hacia lo más alto del ser. Al puro Ser.
Obsesión mística de lo cotidiano. Lo que diferencia al gran Vermeer de Delft de otros grandes artistas no es el oficio en sí de crear obras maestras con espléndida belleza, sino el detalle asiduo de tomar los temas cotidianos, como la simple acción de tomar una jarra por una señora tosca mientras la luz del día penetra por la ventana. La reluciente belleza y fuerza que emana de una acción cotidiana y sencilla era, para Vermeer, una fuente inagotable de inspiración para sus obras.
Podríamos pensar que hoy en día para crear una obra maestra o empezar el negocio de nuestros sueños sería una cuestión de encontrar la “magna” idea'. Pero las obras de Vermeer nos hablan con otra voz, y para escucharla en nuestro interior debemos de volcarnos con extrema obsesión sobre la mística de lo cotidiano. En lo de cada día, ese enfoque nos puede abrir nuevos mundos para crear lo que sea que estemos en proceso de realizar. Vermeer yacía obsesionado por captar la belleza y la simplicidad de cada momento que nosotros llamaríamos “lo común”. De tal manera, simple y arrebatado por la belleza de lo común, se movía el alma de aquel que fue apodado La Esfinge de Delft.
Puede ser, que de igual manera, estimados lectores, encuentren sus inspiraciones y aspiraciones dejando de mirar las estrellas y empezando a mirar lo cotidiano con unos ojos renovados.
Vendedor ordinario. Una de las cosas que causan terror en el mundo artístico o más bien en el negocio del arte es la respectiva remuneración a través de las ventas. La gran mayoría de artistas detesta pensar en esta parte; repudiada, pero necesaria.
Vermeer fue un hombre de “muy poco” éxito comercial, si se le mira desde el punto de vista de la industrialización moderna de toda clase de productos. Y a pesar de ello, nos deja también, una simple y bella enseñanza sobre el comercio ordinario de las producciones artísticas que realizamos.
En cuanto a sus cuadros, Vermeer poseía un pequeño puesto heredado de su madre en un mercado público del pueblo de Delft, de ahí que la mayor parte de su producción artística se desconoce debido a la ausencia constante de los salones de exposiciones de arte plásticas. Él no pintó para reyes, ni palacios ni para grandes nobles y señores pudientes. Más bien por encargos, lo más probable para aquellos que pasaban por los mercados.
La simplicidad de Vermeer no sólo coincide con los temas de sus composiciones plásticas, también con su estilo de vendedor ordinario. Vermeer pintaba para proveer a su familia, concretamente quince adorables hijos y su esposa.
El vendedor ordinario no es más que el misterio del vendedor de elotes en un triciclo, nadie sabe de dónde viene ni a dónde va, pasa todos los días a la misma hora, ni se pone más viejo ni más joven. Solo sabemos que pasa con un triciclo lleno de elotes hervidos, ni se pone muy alegre cuando vende ni triste cuando no. El deber de Vermeer era también simple, vender como un servicio a la humanidad dejando su alma en cada cuadro que iba produciendo. Era un absoluto genio, en el campo de las ventas ordinarias.
Queridos lectores, estas son las cuatros actitudes que he meditado sobre la vida y obra de Vermeer de Delft. Espero que le pueda ser de gran ayuda en su jornada diaria de la vida creativa en cualquier campo o actividad en la que se desenvuelven.
Aplica estas cuatro actitudes, mi querido lector. Ahora.
Información básica del pintor:
Johannes Vermeer van Delft(bautizado el 31 de octubre de 1632, en Delft) y murió el 15 de diciembre de 1635. Nació en Delft, Neerlandia.
Religión: Cristiano Protestante de denominación Calvinista. En los últimos años de su vida se convirtió posiblemente al catolicismo.
Matrimonio: Johannes Vermeer se casó el 20 de abril de 1653 con Catharina Bolnes(católica), en la cual se inspiró para pintar el cuadro de “Alegoría de la Fe”.
Las obras más famosas de Vermeer son: “La joven de la perla”, “La vista de Delft” y “La lechera”.
A Vermeer se le ha considerado el artista más grande de los Países Bajos y uno de los más grandes del mundo entero.